Pedro era uno de estos adolescentes de los que sus padres podían sentirse muy orgullosos. Buen chaval, gran estudiante y además un estupendo jugador de baloncesto, compaginaba los estudios -recién empezado su último curso en la escuela secundaria- con el deporte, pues entrenaba y jugaba en el mejor equipo de categoría cadete de su ciudad. Seguir leyendo